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Inevitable preguntarla por sus dos eternas compañeras camareras.
"Elia y mi madre eran primas segundas. La amistad nació porque Elia puso una tienda de comestibles y paquetería en el Paseo del Muelle, donde yo vivía". Con humor se recuerda una figura muy importante en nuestra cofradía y en su vida.
Ambas rememoran la figura de Pili con mucho cariño. Una mujer muy especial y querida a la que los avatares de la salud la están golpeando. Cándida es el reflejo de cómo asumir el hecho de que las enfermedades atacan y ve con resignación el decaímiento de su compañera de batallas.Me sorprende ver con que entereza se asume el paso del tiempo y rememora un momento duro.
"Todos los años coincido con Emiliano, marido de Pili, en el cementerio. La última vez que lo vi me preguntó por Eugenio y le dije "ahí está" (señalando la tumba). Él no se lo podía creer. Pili ya no iba con él y me dijo que no estaba muy bien".
Cuesta ver cómo cuenta la historia, con dureza asumida. Mi tía la cuenta, con ternura, la última vez que vio a su compañera.
"Un día me llamó Emiliano para que fuera a por una sábana a su casa y la vi. Lo que solía decir ella siempre de "no me da tiempo, tengo muchas cosas que hacer" me lo repetía constantemente".
Se miran con una pena en la mirada asumiendo la dureza de la vida. Me cuesta ver su entereza y mucho más ponerme en su lugar.
Me gusta oirla recordando los "problemillas" que generaba el hecho de compartir lugar de cambiar la ropa Verónica y Nazareno que terminaron con los cajones con nombre porque ella hace hincapié en que esas pequeñas diferencias se solucionaban pronto y bien sobre la base del respeto y por el hecho indudable de estar dentro de la misma Hermandad. Sus palabras destilan sabiduría, experiencia y tranquilidad. Recuerda como tenían que raspar los faroles para quitarles la cera y las consecuencias para sus manos de ello. "Respetar opiniones, tolerando y ser comprensivos es la base de una buena Hermandad", señala.
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