La verdad es que nunca he logrado alcanzar qué tenemos en común aparte del hecho de que su padre y mi madre son hermanos. Cundo lo conocí (cuando mi memoria empezó a funcionar) no me entró por el ojo. Éramos la noche y el día en todo. Una y otra vez me preguntaba cómo podía tener un primo con el que no podía hablar de fútbol, jugar a las chapas o hablar de las cosas que sí compartía con mis compañeros. Él blanco y negro elevado a la máxima expresión.
Con el tiempo esas enormes diferencias de carácter y gustos fueron acercándonos. Poco a poco lo fui conociendo más y mejor y se fue forjando una amistad que nos ha hecho ser prácticamente hermanos.
Quizás esas diferencias, a todas luces irreconciliables cuando eres pequeño, fueron lo que nos fue acercando con el "desafío" de ir descubriéndonos mutuamente. Eloy me abrió las puertas de sus amigos y de su vida y nació una amistad que perdura y perdurará para siempre.
Son incontables los momentos que hemos compartido, las confidencias y las decisiones que hemos guardado en secreto sobre el "juramento" de la amistad. Nos hemos contado todo y hemos ido de la mano en nuestros caminos que, cómo no podía ser de otra manera, emprendieron rumbos diferentes.
A él Dios lo llamó hacia el sacerdocio pese a que lo encontró varias veces comunicando y a mí, gracias al propio Eloy, me puso en la vía del matrimonio. Lo mejor de esos caminos es que se entrelazaron y cada paso lo dimos juntos acrecentando nuestra amistad y disfrutando conjuntamente de ello.
Si en aquellas noches de verano en la Ronda Sur comiéndonos nuestras plazas de toros (helado gigante del Polo Norte) nos hubieran dicho que él bautizaría a un hijo mío no me lo hubiera creido. Pero sí, Dios dirige nuestros caminos despacio pero con paso firme y esto provocó que me encontrara a un primo, un amigo, un padre (dada su condición de sacerdote) y un hermano.
Felicidades hermano y que nuestros titulares te protejan y acompañen en tu camino del sacerdocio.
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