Son las 00:00h de la noche y mi casa está en un milagroso silencio. Todo aquel que cuenta con un niño pequeño en casa sabrá porque utilizó este adjetivo para definir este estado. La luz está en la penumbra y en la televisión no paran de desmontar y explicar un asesinato bajo la seria mirada de un inquisitivo policía que, supongo, será el protagonista de la serie.
El camión de la basura perturba la paz de la noche en las calles de una ciudad que duerme y Talavera se prepara para un nuevo día de trabajo en la vorágine de una sociedad en la que la memoria es algo que escasea y que parece un lujo. El cansancio empieza a pesar demasiado y los párpados son dos losas que no cada vez me cuesta mantener levantadas.
De repente me encuentro entre una multitud por las calles de nuestra ciudad. No entiendo el motivo pero llevó unos ropajes que no son precisamente modernos pero veo que todo el mundo viste de manera similar. Por El Arco de San Pedro vislumbro el foco de todas las miradas de una multitud que no para de insultar, vejar y escupir a la persona sobre la que todas las miradas están puestas. Con curiosidad, me dirijo a ese lugar a ver a esa persona. Veo a lo que hoy llamaríamos policías apartar con la boca pequeña a la muchedumbre del jaleo que quiere acercarse y tengo la sensación de que algo malo ha debido hacer esa persona para generar tanto odio pero todavía no logro averiguar ni qué ni, mucho menos, quién es.
Pregunto a mi alrededor pero nadie me entiende, parece que no me ven, me siento invisible. No sé el motivo pero cada vez estoy más cerca de esa persona y cada vez siento más el odio y desprecio que la gente le tiene.
Siento angustia al imaginarme en su lugar y mi cabeza no entiende porque nadie hace nada por ayudar a esa persona para que salga viva de ese jaleo. Llegó al Arco de San Pedro y me doy cuenta de que no estoy allí, estaba convencido pero ni la tienda de muebles ni la carnicería de Ana están, aún así, yo creo que estoy en esa calle. Mi confusión crece y poco a poco me acerco. Se respira un profundo hedor, siento lástima por la persona objeto de tanto odio y no logro saber el motivo.
Es un infierno, el calor es sofocante y la ciudad está respirando odio y desprendiéndolo. En las caras de la gente solo veo un rostro cercano a lo que mi mente asemeja a lo que debe ser un habitante del infierno. Empiezo a tener miedo y no sé por qué, la sensación es angustiosa y cada vez estoy más cerca del centro de todas las miradas. Me falta el aire, no sé qué pasa pero no quiero estar allí, me quiero marchar de esta locura que están cometiendo mis paisanos con una persona a la que cada vez tengo más cerca.
Una fuerza interior me sigue acercando a él y cada vez siento más amor pese a no saber qué pasa y qué hago yo allí. Esto es una locura, pienso, grito y nadie me escucha, las piernas no me obedecen y me siguen encaminando al centro del tumulto. La turba avanza hacia lo que mi mente, que ya no sé si está en sus cabales, recordaba como la Plaza del Reloj y yo avanzo hacia allí. El ruido es ensordecedor, el hedor asfixiante y el miedo es un infierno que se acrecienta por momentos.
!!!Basta!!!, !!!Basta!!!, !!!Parad!!!, ¿Estáis locos?... Nadie me escucha y yo noto que me estoy muriendo, cada vez que lo tengo más cerca me falta más el aire y no entiendo nada. Siento amor hacia el centro de todas las miradas y noto que debo parar esta locura y ayudarlo, pero no sé cómo. Me encuentro como en un laberinto sin salida que me está aprisionando el corazón y que no me deja respirar. !!Qué alguien lo ayude!!, !!Qué alguien lo ayude!!. Soy consciente de que no puedo hacer nada por él pero que necesito tenerlo cerca y quiero ayudarlo, ¿soy consciente o solo estoy buscando excusas para no pelearme con nadie?, ¿en verdad nadie me oye o yo quiero pensar eso?, ¿me está matando la conciencia a la que mi cobardía está destrozando?. Esto es una locura. Me miro la mano y tengo una piedra, de repente soy consciente de todo: !!Estoy chillando!!, !!Estoy golpeando al centro de todas las miradas!!, !!Lo estoy escupiendo!!. No sé qué hace que lo haga pero no puedo parar, o, ¿quizás sí lo sé?. Empiezo a entender todo, sé que no debo hacer lo que estoy haciendo pero sé que el miedo me ha hecho sumarme a la multitud, tengo miedo de desairar a la turba y ser yo el centro de todas las miradas. Estoy atacando por defenderme. Me doy cuenta de dónde estoy y qué estoy haciendo, ya lo veo, ya sé quién es. No me puedo creer lo que estoy haciendo, ya le veo la cara. Me miro y ya visto las ropas de siempre, la Plaza del Reloj vuelve a tener su aspecto de siempre y ahora soy consciente de todo.
La multitud es la gente que viaja a toda prisa sin mirarlo, mi piedra es la indiferencia y las vejaciones son cada una de las miradas de rechazo con los que la multitud lo mira. Él está sentado en el suelo, con un cartel difícil de leer pero lo suficiente como para entender que pide ayuda, y con la mano extendida. Nadie lo mira y, lo que es peor, nadie lo quiere ver.
Me despierto sobresaltado, los asesinatos siguen en la tele y el reloj ha avanzado en casi una hora. Estoy sudando, con un cierto agobio pero la lucidez parece venir a mí. Ahora lo entiendo todo. Es hora de pedir perdón a Dios y mañana remediar el error cometido. Mañana me propongo tirar mi piedra y extender una mano al centro de todas las miradas sin temor a nada ni a nadie. Mañana lo miraré y lo veré, si sigue allí solicitando un cariño que hoy casi todos le hemos negado. Empiezo a entender que no solo lo he visto en la plaza del reloj pero que llevaba otros rostros que no he querido ver.
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