León es una persona que irradia bondad, que irradia ternura y que enseña un corazón en el que nunca parece haber hueco para el rencor, el odio y/o el mal. León es una persona a la que es imposible no querer por esa inocencia que solo las personas buenas tienen. Es una persona que entra en tu vida pronto y bien y que solo ha sido "diseñado" para querer.
El corazón que tiene León es algo que todos deberíamos imitar. Su citada inocencia provoca que no dude en colgar actos de otra cofradía en nuestros grupos de Wassap o en el propio muro de Facebook de nuestra propia Hermandad. Esto, es un claro síntoma de que él entiende la Semana Santa como es debido, sin piques, sin luchas y sin competencias bajo la clara premisa de que allí dónde una imagen es elevada al cielo se está honrando a Dios y que no importa ni el color de la túnica ni el escudo que aparezca plasmado en la medalla. León comparte su sentimiento cofrade allá donde va y no ve a nadie de ninguna cofradía, ve hermanos en su fe y eso es muy grande. Ojalá todos aprendiésemos de esa bendita inocencia que es, sencillamente, ejemplar. Su amor por su Virgen de Gracia y Amparo es algo precioso que no duda en compartir con sus hermanos Nazarenos porque le sale del alma, un lugar en el que nuestros pasos ya tienen un preferente hueco.
A León es imposible decirle que no a casi nada porque cuando alguien te pide algo con la ternura que él te pide solo podemos decirle que sí, ya que de paso, sabes que jamás te pediría nada malo. Esa forma de pedirte las cosas genera que muchos nos sumáramos a las primeras andanzas del Cristo del Mar que él convirtió en maravillosas experiencias que nos demostraron que la Semana Santa es tan amplia como nuestro corazón sea capaz de ver. Recuerdo con cariño la primera procesión en la que León fue capaz de crear un vínculo entre cargadores de distintas cofradías gracias a su infinita bondad, su educación y su contagiosa forma de crear piña para honrar a Nuestro Padre. León es un "niño grande" y ojalá que nada ni nadie le borre esa cualidad.
León es. además, la voz de nuestra Semana Santa. Allá donde suena un tambor y se produce un silencio llega su maravillosa voz para conmovernos e incluso, admito que lo ha hecho más de una vez, hacernos derramar una emocionada lágrima.
León está peleando por abrirse paso en el camino de la música con su inseparable compañera Mar y desde aquí, le deseamos la mayor de las suertes en este complicado mundo. Dios premia a las personas buenas y seguro que León recibirá su merecida recompensa.
Ojalá León nos pueda contagiar muchos años con su inocencia y ojalá todos aprendiésemos de él en su concepto de que la rivalidad y los piques no tienen cabida en el mundo y, menos aún, en la Semana Santa.
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