miércoles, 4 de marzo de 2015
AQUELLA MALDITA MAÑANA Y UN PERDÓN QUE SALE DEL ALMA
Caminábamos por la calle Carnicerías, el rostro descubierto y en nuestra mano una vela eléctrica que mama nos había comprado. Ese año no parábamos de mirar a los lados esperando ver a mama y la verdad es que nos hacía cierta gracia el ver a la gente señalar aquel "invento" que nuestra madre había buscado para que nosotros fuésemos iluminando a Nuestro Padre como uno más, sabedora de que la edad todavía nos hacía torpes para llevar el fuego de los cirios de verdad.
Ya son muchas las procesiones que he podido vivir pero aquella que compartí contigo es la primera que mi conciencia me trae a la memoria y sé que la viví de tu mano, a tu lado. Eres mi hermana mayor y aunque no siempre haya sido capaz de demostrártelo sabes lo mucho que te quiero y todo lo importante que has significado en mi vida.
Tras esa procesión vinieron muchas y yo miraba a las andas que dirigía nuestro abuelo soñando con incorporarme a esa cuadrilla pero viviendo las procesiones a tu lado buscando la seguridad que me transmitían las gafas que te abultaban el verdugo que la edad ya nos aconsejó llevar puestos. Juntos hemos caminado muchos años en la Pasión de Nuestro Padre con los problemas que daba el capirucho y con lo eterno que se nos hacían aquellos parones que luego abuelo nos explicaba.
El día en que veníamos a Talavera, adormilados, y sin entender muy bien que nos pasaba nos cambió la vida y te alejó en nuestro caminar en la Hermandad físicamente pero no en el alma. Aquella maldita madrugada de Enero, en la que la niebla fue un oscuro presagio, sé que se te partió el corazón y tu sangre morada ardió de pena y rabia. Nuestro Padre se llevaba a su lado a abuelo y también te arrancó un pedazo de ti.
Tu siempre llevaste a abuelo en tu alma, lo sé, y ese día el cielo te arrancó un pedazo de ella. Lloramos juntos con el dolor de quién no comprende una marcha en la que no le pudimos decir adiós a alguien que nos marcó y nos marca cada día de nuestra vida.
Nazaret, hermana, nunca entendí porque dejaste de ir a las procesiones, porque nos abandonaste y porque te quedabas en casa cuando nosotros íbamos a Santiago a acompañar a Nuestro Padre y a Nuestra Mujer Verónica que corrían en nuestra sangre de la mano de nuestro abuelo.
Muchas veces te recriminé que te hubieras olvidado de abuelo, porque eso era lo que yo sentía. Sentía rabia porque creía que estabas fallándole y faltando a su memoria. No sabes cuánto me arrepiento cada segundo de mi vida de aquellas recriminaciones que no salían más que del dolor. El mismo dolor que te alejó a ti de nuestras procesiones era el que me hacía recriminarte tu ausencia. Joder, si pudiera volver el tiempo hacia atrás...
Hoy quiero aprovechar este rinconcito para pedirte perdón porque tarde pero he comprendido que aquella mañana de enero al cielo subió abuelo pero también contigo un pedazo de ti y que provoca que no seas capaz ni de acercarte a Santiago porque se te parte el alma cada Viernes Santo. He sido un egoísta que en vez de darte cariño y paciencia nunca entendió la forma en la que tu dolor se presentaba.
Quiero que sepas, en el día de tu cumpleaños, que cada procesión siempre vienes conmigo de la mano como la primera, una metáfora de nuestra vida en la que yo no he sido capaz de agradecerte tanto y tanto cariño y en la que casi nunca he sido capaz de darte el amor que merecías y menos aún la comprensión y acompañamiento que pedías a gritos.
En mi boda sé que nadie disfrutó tanto como tú y sé que también disfrutaste como nadie la llegada de este pequeño milagro que ha sido Andrés. Sé que esos días pasaron cosas que duelen pero sé que la sonrisa de tu sobrino será la mejor medicina para aquello.
Nazaret, de corazón, siento todo el daño que te he hecho por no ser capaz de comprenderte pero nunca podré olvidar que tu mano siempre ha estado como aquella noche en la Calle Carnicerías en la que yo paseaba orgulloso de mi hermana mayor.
Eres grande y todos los que te rodeamos te queremos pese a que no siempre hemos sido capaces de comprenderte y apoyarte como querías y pedías. Ojalá Nuestro Padre Jesús Nazareno permita que vuelvas a la procesión de la mano de tu sobrino y que la medalla que nos regaló nuestro abuelo vuelva a lucir en el pecho de quién debe, en el tuyo. Tienes una familia en tu cofradía que te espera y que te quiere y que te volverá a recibir con los brazos abiertos.
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