lunes, 26 de enero de 2015

PERO AL FINAL, HERMANOS



En todas las familias encuentras disputas cuya duración puede ser más o menos prolongada. Unas disputas dolorosas que van mellando al núcleo familiar y que nunca parecen tener fin. Unos conflictos en los que siempre gana el orgullo pero en las que todos perdemos.
No hace falta irse muy lejos para ver como familias se rompen por tonterías (el tiempo las descubre como tales) y solo se encuentra el remedio cuando ya es tarde y cuando una persona querida por ambos se va y, es entonces, cuando la vida te demuestra lo que te has equivocado.
Otras veces una de las dos partes en disputa sufre un accidente o un problema de salud que sí descubre como lo que de verdad importa no era el orgullo. Siempre acaba siendo tarde.
Pues hoy me voy a dirigir a la segunda familia que tenemos todos los Hermanos Cofrades y esa es nuestra querida Hermandad. Una familia que sufre junta, que ríe junta y que, por desgracia, demasiadas veces ha llorado junta. Una familia que ha visto irse a varios miembros antes de lo que hubiéramos podido soportar y cuyos hijos son el vivo retrato de quién se marchó pero al que nunca olvidaremos y de los que siempre seguiremos cuidando.
Pues bien, en esta familia, también hay disputas. Disputas que nacen de problemas personales, problemas laborales y que nunca sabemos cómo expresar. Son problemas que hacen ir a nuestros actos con predisposición al enfado, al alivio rápido pero que son el germen de enfrentamientos más duraderos de lo debido.
Otras veces, tampoco hay que dudarlo, nos vemos presos de nuestro orgullo y nuestro ego que nos come hasta no dejarnos ni respirar ni pensar con tranquilidad. Pues bien, en ambos casos, los problemas se solucionaría con un simple perdón y un abrazo.
Este domingo he podido comprobar como un malentendido puede resolverse con un perdón y un abrazo evitando una duradera disputa que nos va haciendo daño y que, al final, puede separarnos afectando a lo verdaderamente importante, La Hermandad. Gracias a Dios fuimos capaces de rectificar y poner fin a un malentendido que no puede afectar a una amistad de 30 años.
En este bonito caso, que deseaba compartir, deberíamos mirarnos todos y tratar de vencer nuestros egos por el bien de lo que de verdad importa que es, repito, La Hermandad. Pasarán los años y nos veremos diciendo adiós a nuestros hermanos, sonriendo y empujando juntos por nuestra pasión y eso nunca debería hacerse por la vía del rencor y sí por la vía del olvido y el perdón de un abrazo.
Desde aquí aprovecho para animar a que todos nos miremos en nuestro interior, borremos nuestro ego y apostemos por imitar a Quién fue capaz de perdonar a los que acabaron con su vida.

Queda claro que, pase lo que pase, al final todos somos hermanos.

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