sábado, 24 de enero de 2015

LO QUE SOLO TU MIRADA PUEDE SANAR.




Hoy me encuentro apagado, triste, en soledad. Una soledad en la que todas las personas tarde o temprano transitamos y en las que nos parece que nada ni nadie nos puede acompañar ni sacar de un estado tan doloroso.
Muchas veces la vida nos pone ante un dolor grande, ante una pérdida irreparable o ante una nimiedad que se nos hace un mundo al entrar en un bucle en el que nunca vemos la salida. Es en esos momentos en los que solo tu mirada puede sanar.
Hace varios años me encontré en un atasco en los estudios que me hacía llorar y llorar al no ver la salida. Fue imposible consolarse con el cariño de mis compañeros pese a que una y otra vez trataban de hacerme ver que todo tiene solución menos la muerte. Solo tu mirada acudió a mi auxilio, una mirada que nunca se me va de la mente y aparece reflejada en ese cuadro que con tanto cariño vigilaba la habitación de mis abuelos.
En ese momento no me di cuenta pero sí cuando mi madre, el jueves santo siguiente, me dijo que te diera un beso para cumplir lo prometido que era darte las gracias. Cuando te miré, se reprodujo la misma mirada que veía en el cuadro de mis abuelos y supe que solo tú habías logrado acompañarme en mi desierto.

El curso acabó y no supe o no quise ser agradecido contigo pero aún así quisiste volver a buscarme. Cuando entre en un infierno de una depresión que me fue reteniendo en casa solo pude salir con la ayuda de los que tú me mandaste para que te viera. No puedo olvidar a mi familia que vino varias veces a sacarme del pozo y tampoco a mis amigos del toro que esperaron incansablemente a que me recuperara.
Nunca entendí el motivo de que me mandaras aquel sufrimiento pero solo el paso del tiempo me ayudó a comprender que habías venido a buscarme. Habías venido a que te mirara y a que supiera darme cuenta de que tu ibas a estar siempre conmigo aunque yo no fuera capaz de darme cuenta.

Pude ver que tu mirada me había curado cuando te llevaste a dos de mis hijos hacia el cielo. Sí, mis hijos, porque tanto Bea como yo los quisimos con todo nuestro amor pese a que solo nos los dejaste dos meses en la tripita de su mamá. Supe que me estabas cuidando y que acompañaste a nuestros niños hacia el cielo y que allí los estás cuidando. Sé que en ese momento el dolor solo lo pudo sanar tu mirada.

Un año más tarde nos regalaste a Andrés, tan deseado y tan querido, un milagro al que vimos marcharse hacia ti cuando las noticias auguraban que la historia se iba a volver a repetir. Pero la mirada nuestra no es la tuya e hiciste que Andrés nos iluminara la vida.

Hoy, Padre, te pido que lo cuides a él, a mi mujer, y a mi familia y que nos hagas ver que tu mirada nos sigue vigilando y esperando para sanarnos.

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