jueves, 29 de enero de 2015

EL DIVINO CONSUELO CUANDO LLEGAMOS A SANTIAGO




Foto: photaki.com

Los sones de la Semana Santa llegan a su fin. El cansancio se refleja en los ojos de los cargadores, los cirios van apagando su vida mientras las calles se vuelven oscuras temiendo que su Señor ya se esté despidiendo de ellas hasta el año que viene.
La fuerza de mirar a quién llevamos a hombros nos hace empujar por encima de la lógica para acabar nuestro camino, la banda se coloca para entonar el hasta pronto y los penitentes buscan despedir a sus titulares con la satisfacción de haberlos iluminado durante horas y con la satisfacción de haberle devuelto un pedacito de todo un año de cuidados, acompañamiento y amor.
En ese momento los nervios ya se han ido y una creciente sensación de egoísta pena nos invade. Queremos llegar pero no queremos que se acabe nunca, queremos abrazar a nuestros compañeros y darles las gracias por haber podido sufrir y disfrutar con ellos un año más pero no queremos decirle adiós a nuestro Padre, a nuestra Madre y a nuestra Querida Mujer Verónica. Queremos ver a nuestra familia, abrazarlos, llorar con ellos de felicidad y orgullo, queremos tener un minuto a solas para darle las gracias a nuestros titulares por el milagro de haber estado con ellos por nuestras calles. Queremos abrazar a nuestros Hermanos pero no queremos que la procesión acabe nunca.
Qué diferente es ver la cruz de guía salir que entrar, qué diferente son los nervios con la plaza de los descalzos de fondo que con Santiago como meta, qué lejos parece...
Un vacío nos hace olvidar como arden nuestros pies, como chorrea nuestra túnica, las ganas de repararnos en nuestra ducha, las ganas de matar el cansancio. Un vacío de decir adiós, de pensar que en unas horas nos tendremos que volver a situar debajo de nuestros varales para bajarlo. Nos invade la sensación de que no es justo que le saquemos solo 6 horas, que su Gloria merecería iluminar Talavera cada minuto de nuestra vida.. Pensamos que en las horas en las que le llevamos hacia el cielo nada ni nadie nos va a hacer sentirnos mal, al contrario, tenemos la seguridad de estar en manos de nuestro Padre y de Nuestra Madre bajo la atenta mirada de Nuestra Querida Mujer Verónica.
Es en esos momentos en los que el orgullo de ser nazareno nos llena el alma, es capaz de romper un dolor lacerante y nos hace darnos cuenta que Ninguno nos abandonará en todo el año, nos hace darnos cuenta de que somos unos privilegiados por haberlos acercado aún más al cielo durante unas horas, nos hace darnos cuenta de que tenemos el deber de compartir lo que tenemos en nuestro corazón al igual que la bendición que es ser Hermano.
Es en ese momento en el que nos queda claro que tenemos que vivir la Semana Santa todo el año, que hemos vivido solo un sueño que no nos merecemos, que ahora debemos devolver a nuestro Padre todo lo que nos ha dado y sus cuidados. En ese momento recibimos en nuestro corazón el consuelo de alargar un año lo que hemos vivido durante horas. Es ese el consuelo, ¿o creéis que seríamos capaces sin él de dejar a nuestro paso en Santiago?, ¿no puede encontrarse solo ese consuelo en el Cielo?, queda claro que sí.


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