Hijo, mamá te ha pedido que mandes un besito al cielo para abuela Sagrario (la mamá de mamá) y para el abuelo de papá en este día 8 de enero por lo que ya sabes. Sé que mamá hará que tú conozcas a tu abuela y yo te voy a contar una historia sobre mi abuelo para que tampoco le olvides. Espero que algún día la leas...
Sentado en el sillón, ése que nunca quisiste ocupara el lugar de tu silla, miraba a tu gran obra, tu familia. Las caras reflejaban noches de dolor e insomnio bañadas de incomprensión y pena. Las miradas andaban perdidas al ver que tu silla estaba vacía.
Como en una liturgia privada, no me fijé quién la trajo, el último gazpacho que hiciste fue bebido a sorbos por cada uno de los miembros de la familia. En silencio, todos bebían despidiéndose de ti, recordando tu grandeza y la huella imborrable que les habías dejado en su alma
La pena iba renaciendo a medida que se vaciaba el gazpacho y quedaba sellada la promesa de mantener tu obra, la unión eterna de los tuyos cuidando a tu eterna compañera.
Lo han cumplido. La familia ha crecido y ya tienes un biznieto. Solo tú, la persona que más me conoció en la vida, sabes lo que me duele que no pudieras enseñarle a montar en bici (seguro que con él lo lograrías), que le enseñaras cada Viernes Santo los secretos de la procesión, que le enseñaras a luchar por los valores, que le vieras dar cada paso con ese cariño que transmitías o que le palparas el hombro con el dedo de tu mano.
Le hablamos de ti cada día, la familia te sigue recordando cada día porque tú tuviste la capacidad de dejar una huella que nos guía. Tus nietos ya se emparejan y la familia crece. Abuelo, te fuiste demasiado pronto, pero aquella triste tarde de enero la promesa que selló ese gazpacho se hizo fuerte y hoy se mantiene.
Se que desde el cielo eres feliz de verlo y te aseguro que cada día pelearemos para que tu recuerdo llegue a tus biznietos porque las personas buenas, a las que nunca se olvida, jamás mueren
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