martes, 7 de abril de 2020

Martes Santo. Jesús de la Salud y el recuerdo a un hermano nazareno, Rufo.





Eran cerca de las doce de la noche y Nuestro Padre Jesús de la Salud pasaba por las murallas camino a la Plaza del Reloj. Sentado en el bordillo Juan y Andrés se peleaban contra el sueño mientras su madre se empeñaba en alargar su día hablándole y explicándoles cada paso, cada penitente, cada luz y cada sonido de la procesión.

Marcos mandó parar a su cuadrilla y nos vio. Se acercó a los niños y les dio unas pequeñas estampas de su Titular que Juan recibió como un gran tesoro. En ese momento me acordé especialmente de un hermano que ya no está entre nosotros, Rufo, el padre de Marcos.

Desde niño hay personas que llevas contigo con un cariño especial por vivir momentos únicos y, sin duda, Rufo es una de ellos. Desde niño siempre me trató con cariño y son mil recuerdos que tengo hablando conmigo cuando acudía de la mano de mi abuelo. Estos momentos son especiales, los de tu infancia, los del comienzo de algo único como la devoción al Nazareno.

Nunca creo que supiera mi nombre pues cada vez que me veía me llamaba Jorge o Eloy, daba lo mismo, su abrazo el día en el que mi abuelo se marchó, su pensar constante hacia mi abuela y su bondad no se olvidan nunca.

No podré olvidar un día en el que su cuerpo le pegó un gran aviso en Madrid y me recibió en su cama del hospital con lágrimas por haber ido a visitarle. Lloró, lloramos, y de nuevo no faltó el gracias Jorge ni el preguntar por mi abuela.

De la mano de Rufo y de Marcos, con el que compartimos cargas no tan pasadas, conocí a Jesús de la Salud y ese momento especial de Martes Santo me dejó claro que nunca podré separar el recuerdo de Rufo de Él.

Allá dónde estés, querido hermano, el Padre Nuestro que tu presidente ha pedido a sus cofrades ha ido hoy para tí.


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