miércoles, 16 de marzo de 2016

¿POR QUÉ SOMOS NAZARENOS?





Son las nueve de la mañana. La luz entra a través de la persiana anunciando un día radiante de sol. Al lado de la almohada aparece la compañera de esa noche, la radio. Los ecos de La Madrugá han dejado paso al informativo vespertino 
Me doy cuenta, no he apagado la radio. Un olor único anuncia que hoy es Viernes Santo. Al abrir la puerta de la habitación, en la ventana del comedor, un desfile de túnicas nazarenas cuelgan radiantes y recién planchadas.
El servicio se encuentra ocupado por el primer inquilino del día, mi abuelo. Se afeita, como cada día de celebración especial. No en vano, hoy es el día más importante del año.
El especial aroma de día grande se encuentra en unos fogones que trabajan a destajo. El potaje hierve mientras el pescado se termina de hacer en la sartén.

Busco las torrijas que hoy ya, más reposadas, saben a premio. Mi desayuna apura los últimos minutos de un salón que cambiará en minutos. Hay que colocar las mesas para la llegada de toda la avalancha familiar.

Tras repasara las emociones de La Madrugá en la radio mi madre me anima a que pase pronto por la ducha antes de que el tiempo nos apremie. En la televisión, los dibujos ejercen de teloneros antes de viajar hasta Caravaca para emitir la primera procesión de la mañana.

No hace falta hablar, una mirada basta para que mi abuelo me diga que es hora nazarena. Los estatutos nazarenos son la excusa para que nieto y abuelo se sienten en la mesa a conversar. Pasan los minutos, quizás horas y un repaso a la historia es el preludio de consejos y valores. 

Llegan mis tíos. La familia empieza a formar con el potaje aromatizando la casa. La comida se va silenciando a medida que se acerca la hora. Miradas furtivas hacia la ventana no vaya a ser que... Pero el tiempo da un respiro. Una recogida casi militar despeja la casa. Hoy no hay siesta. Se acercan las cinco y toca bajar para coger sitio. Las torrijas son las víctimas de una comida en la que se ha buscado no excederse para no tener alguna visita inoportuna en plena procesión. 

Se acerca la hora. Los nervios y la ilusión se reflejan en la cara de todos mientras mi abuelo recoge su eterna compañera, su porra para llamar a sus cargadores. Mi madre me apremia, de nuevo se me ha hecho tarde, y todo está preparado. Se cierran las puertas de la casilla, es hora de marcharse. Un cosquilleo marca que en La Colegial nos espera Nuestro Padre y nuestra Santa Mujer Verónica. 

Nos marchamos, mi abuelo conduce en su Málaga acompañado de la chicharra molesta de su intermitente. Llegamos a La Colegial, tras aparcar cerca de casa de mi tía. Llega el momento, llega... 

Hermano que lees esto, éste es el recuerdo que yo tengo de Viernes Santo. Seguro que no es muy diferente al tuyo. Familia, emociones, cariño, valores, ilusión, fe... ¿Hace falta recordar por qué somos nazarenos?

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