lunes, 14 de marzo de 2016

50 AÑOS NAZARENOS DE UN HOMBRE EJEMPLAR.


Era una tarde de primavera. Al lado de mi abuelo me encaminaba a la parroquia de Santiago. Un año de novedad, volvíamos a nuestra casa para la procesión. Segundo año como cargador de la Santa Mujer Verónica y último de mi abuelo como comisario de carga del paso de Jesús Nazareno.

Un torbellino de emociones en el que el cielo parecía no querer ocupar un papel protagonista. Entrando en la plaza de Los Descalzos la eterna familia nazareno-madrileña, los Corrochano, nos saludaron. Besos y abrazos tras un año en el que solo nos pudimos ver para las Juntas. Mi abuelo y Luis se miraron, no hizo falta más, una ojeada al cielo hizo que Santi y yo nos estremeciéramos pues la cosa no pintaba tan bien como creíamos.
Aquella procesión fue especial, dura. Mi abuelo no pudo volver a salir y ya no volvería jamás a ver a su Nazareno, nuestro Nazareno, en la calle. El cielo lloró aquella noche con el alma partida de centenares de hermanos que no pudimos sacar a nuestras imágenes a la calle. Un abrazo me consoló con una ternura especial, fue el de Luis. En aquel momento el educado cargador que siempre mostró eterno cariño por mi familia, me enseñó su enorme corazón. De eso, jamás me olvidaré.

Aquel abrazo se repetiría meses después cuando nuestra familia lloraba rota al despedir a nuestro abuelo hacia la cuadrilla del cielo. De nuevo un abrazo de cariño dejaba claro que mi abuelo me había dejado un amigo, un hermano.

Pasó el tiempo y pude conocer a un hombre luchador, entregado a su familia y con un corazón desbordante de cariño por sus compañeros. Un hombre con valores, divertido, cariñoso y que jamás da la mano, da abrazos. Una persona querida y admirada por sus compañeros y hermanos gracias a que se lo labró a base de darse a los demás.

Años a su lado en los que he podido disfrutar de risas, emociones, lágrimas pero sobre todo aprendizajes de cómo un hombre pone por delante sus valores y su fe a su propia persona. La grandeza que será el mayor tesoro que nos está dejando a sus amigos y que serán su marca identitaria como abuelo. Para Luis nunca hubo imágenes, hubo Hermandad. No hubo Verónica, Nazareno ni Virgen, hubo Hermandad y eso es la grandeza de una parte esencial de nuestra cofradía.

Hermano, amigo, gracias por tanto y enhorabuena por esos 50 años de valores, fe, compañerismo y cariño.

Si todos tuviéramos tus valores, el mundo sería un lugar mejor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario