Desde la ventana enrejada de la casilla miraba desolado como mis padres encaminaban la carretera del Canal para marcharse a Madrid. Lágrimas de fácil y rápido secado que fueron motivo de cierta sorna por mis cuidadores. Como cada verano tanto mi hermana como yo nos quedábamos con mis tíos y mis abuelos en La Casilla
Veranos de niñez, los más recordados, en los que aprendimos al lado de una familia que nos cuidaba, nos enseñaba y nos daba todo su cariño. Años de tours de Indurain bajo ronquidos, Olimpiadas de Barcelona, madrugadas de fútbol en el mundial del 94, conversaciones de toros, política y mucho pero que mucho nazareno.
Como ley de vida se fueron casando mis tíos y eso produjo una alegría regada con cierta pena infantil y egoísta por dejar de ver tanto a tus eternos compañeros de juego. Poco a poco comprendimos que la vida solo nos había puesto delante a más gente maravillosa como son sus cónyuges. Los mayores esperábamos la llegada de nuevos primos como un acontecimiento que jamás habíamos vivido y deseando tener unos pequeños juguetes. Pero había algo más Nos prometimos dar tanto amor recibido a nuestros futuros primos. No era un pago, ni un agradecimiento, era un sentimiento sembrado por el amor que nos dieron sus padres.
Desde aquella noche en la que Mario vino al mundo fuimos viendo aparecer a 7 primos más que llenaron la vida de alegría a nuestros "cuidadores" de antaño pero también las nuestras.
Así, en un febrero, vino al mundo el pequeño Jacob. Rubio, guapo y con unos mofletes de los que generaban que las abuelas practicaran con ilusión el noble arte del pellizco.
Poco a poco, al lado de su hermano que tanto le incordia y quiere, fue cimentándose una persona de buen comer pero cargada con un corazón que no le cabe en su enorme corpachón.
He tenido la fortuna de disfrutar ahora con los hijos lo mismo que disfruté con los padres y eso es una de las mayores alegrías de mi vida. Junto a Jacob he compartido noches de procesiones, comidas familiares, tardes de enfado y estudio, tardes de alegría al superar obstáculos en el instituto, toros... Pero sobre todo he podido disfrutar de cómo se ha convertido en el ídolo de Andrés, de cómo le cuida, de cómo juega con él y cómo se desvive por hacerle disfrutar. Sé que en el cielo, una persona estará feliz de ver cómo su familia sigue tan unida como siempre y cómo los cuidadores van cambiando poco a poco en un relevo generacional marcado con cariño.
Un compañero divertido, trabajador, para el que nunca hay hora con tal de ayudar con el que he reído, me he enfadado pero sobre todo he aprendido. Jacob, gracias, sigue acrecentando ese enorme corazón. Que nuestros titulares te protejan y te guíen.
P.D. Que tiemblen las carreteras porque en solo 1 añito Jacob cumplirá uno de sus mayores sueños con su gran pasión, los coches.
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