Justo Gallego fue un monje cisterciense que fue expulsado de la orden por tener tuberculosis hace 60 años. Como agradecimiento a la curación se decidió a erigir un templo a María con sus propias manos. Una obra de arte que sorprende y que merece una ayuda que jamás debería pasar por su demolición. El edificio es bellísimo, un auténtico milagro que va mucho más allá del sueño de un loco. Os invitamos a disfrutar de una obra que solo la poca inteligencia del hombre puede dejar morir.
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