martes, 1 de noviembre de 2016

UN CUENTO DE TENORIOS Y HALLOWEEN



Una noche de octubre, día 31. La niebla humedecía el cristal de un Ford rojo antes de que su esmerado dueño saliera a taparle con la manta que se guardaba en la despensa. La cena, con el parte, había arrancado a las 21h y del comedor salía un olor a cera y tradición que hacía ver que estábamos ante un día bien señalado en el calendario.

La cena fue una sucesión de recuerdos y de planes para el día siguiente recordando a los que ya no estaban presentes. Las paredes de aquella casa habían albergado una historia de vida y muerte, tejiendo las raíces de la familia.

Embobado, el pequeño de la casa jugueteaba con la ensalada y escuchaba. Ese día las palabras que se escuchaban eran: niebla, cementerio, crisantemos, huesos, buñuelos, recuerdos, Don Juan Tenorio y Doña Inés.

Tras acabar el Tenorio, tradición fomentada por el abuelo del niño, las luces se apagaron y cada cual, en una orden no escrita pero entendida, sabía que era el momento de irse a dormir. Los ladridos de los guardianes de la casa, el jugueteo de los gatos en la ventana y las tímidas luces de los coches que atravesaban el Canal camino a la ciudad eran la "música callada" que ejercía de "nana" hasta que el pequeño de la casa se durmió.

Abrió los ojos. El reloj marcaba las seis de la tarde y tardó en darse cuenta que tenía otro aspecto. Se vio más alto, con unas llaves de coche en el bolsillo y llevando de la mano un pequeño niño vestido de vampiro. A su lado caminaba una mujer morena, guapa que no terminaba de ubicar pero que sentía especial. "Mami", la voz del pequeño vampiro le dejó claro la escena, él era el padre del niño y le llevaba camino a una fiesta al lado de su mujer.

Entraron, la música sonaba despacio y con una ambientación tétrica que le resultó, misteriosamente, conocida (calabazas, telarañas, vampiros, monstruos...). El pequeño corrió a bailar con otros niños que lucían divertidos sus trajes de Frankenstein, vampiro y momia. Se sorprendió poniendo una cara de cariño al ver al pequeño vampiro bailar y saltar agarrando su mochila. Miró a la mujer y su corazón le dijo que aquella mujer era especial. 
Perdido, miró el calendario y vio que era 31 de octubre. Rápidamente buscó las velas, los recuerdos y hasta el Tenorio y no encontró nada. Un beso en la mejilla de su mujer le sacó de su ensoñación y entonces entendió todo. Una sonrisa al cielo y una oración sirvieron para desear que aquel que nunca dejaba de ver al Don Juan de Zorrilla el día 31 estuviera viendo a su biznieto.

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