En estos momentos España y el mundo se debaten en una atroz guerra contra el coronavirus. Muchos lloran la pérdida dura y en soledad de familiares, amigos, conocidos...
Es lógico que en estos duros momentos todos pensemos en qué haremos cuando todo pase como un mecanismo de evasión frente a tanto miedo, lógico por supuesto, que estamos atravesando. Es normal llevar la cabeza a nuestra afición imagínate a nuestra Fe.
En estos tiempos hemos comprendido que el Nazareno es mucho más que una escultura, que una talla o que los faroles y oropeles que le recubren. Nos damos cuenta que es el momento de llegar a él sin necesidad de ver su imagen, nos está pidiendo mirar más allá.
Esto cuesta, a mí el primero, pero debemos pensar en que es Él quién nos pide que comprendamos aún más lo que se esconde en esa única mirada de bendición. Poco a poco, afortunado el que logre esa Fe completa, nos iremos acercando.
Por todo esto no termino de entender, más allá de la juerga, esa necesidad de querer aplazar las procesiones como si de San Isidro o la Feria de Abril se tratara o ese cuento, ahí sí hay que ser gilipollas, de que este año no tendremos Semana Santa.
Las procesiones tienen sus días, sus momentos y uno de ellos podría ser el momento de dar las gracias por habernos ayudado a sobrepasar este duro camino o, simplemente, para que acompañe a los que no estarán/estaremos cuando el virus quede en una durísima pesadilla.
Una cosa es salir a dar gracias y a que nuestra ciudad, o la que sea, reciba su bendición y otra es aplazar como si esto fuera la Eurocopa.
Pensemos, cabeza fría, y acerquémonos poco a poco a la Fe comprendiendo que este año la Semana Santa será íntima, en casa o en el hospital, pero será la que Él ha querido.
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